Me hallaba tumbado admirando otra vez, como Obelix extraía sus maravillosos menhires de la cantera, y me preguntaba como yo no tenía ninguna inquietud artística, asi que mientra caminaba entre los restos de la ultima batalla, con los "locos" romanos, me dije, porque no utilizo todo esto para hacer algo bello.
Asi que comencé a recoger, todos los escudos, lanzas y sandalias del campo de batalla, para dejarlos en las afueras de la aldea, y fui a pedir ayuda a Martillofelix, el nuevo ayudante, del herrero Esautomatix, que como no andaba muy liado de trabajo, no puso inconveniente.
Los escudos fueron doblados hasta formar un ortoedro, y los uníamos unos a otros, con remaches que obteníamos de las puntas de las flechas, hasta obtener unas barras largas.
Obelix me preguntó que es lo que iba a hacer, a lo que respondí, que una torre para disuadir al cielo para que no cayera sobre nuestras cabezas, a lo cual respondió con el mismo gesto que utilizaba con los romanos, su dedo indice girando al lado de su sién.
Conforme la torre iba subiendo, construimos andamios de madera con los palos de las lanzas y las cintas de las sandalias romanas, tan ocupado estaba que ni me molestaba en echar a Asuranceturix, cuando se ponía a componer una oda sobre mi gran obra.
Tuvimos que realizar algunas incursiones de más sobre los campamentos romanos, porque me estaba quedando sin materiales, incluso Felix, le acorté el nombre porque andar todo el día, Martillofelix ven para acá, Martillofelix ves pará allá, era muy tedioso, nos acompañaba a zurrar a los soldados del Gran Imperio.
El jefe Abraracúrcix nos miraba con recelo, pues la torre lo estaba dejando en evidencia, pues era más alta que él incluso sobre el escudo.
Idefix, incluso abandonaba a Obelix, para ayudarnos como transportador de remaches, entre la herrería y la torre.
Panoramix se pasaba todos los días para darme consejos, e insistir que con un poco de poción la labor me sería más facil, a lo que le repetía, que esto lo tenía que hacer sin trampas.
Cuando la terminé, y hube de ponerle nombre, se me ocurrió uno muy gracioso, algo que estuve repitiendo una y otra vez durante la construcción, indicando a mi aprendiz, lo que debía hacer, !Ey, Felix!, con lo que la bauticé como la Torre Eifelix, y todos lo celebramos con un gran banquete, repleto de jabalíes y el bardo amordazado y atado al tronco como es tradición.
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